🔸LA VENERACIÓN DEL PADRE PÍO A SAN JOSÉ 🔸


Él, como san José, aún sin serlo en el orden natural, se sentía padre y era consciente de los derechos y deberes de su paternidad espiritual. Por este motivo, se dirigía con confianza a este santo, para suplicarle por sus hijos e hijas espirituales.

“Ruego a san José que, con aquel amor y con la generosidad con que cuidó de Jesús, custodie tu alma, y, como lo defendió de Herodes, así proteja tu alma de un Herodes más feroz: ¡el demonio! El patriarca san José cuide de ti con el mismo cuidado que tuvo de Jesús: te asista siempre con su benévolo patrocinio y te libre de la persecución del impío y soberbio Herodes, y no permita jamás que Jesús se aleje de tu corazón”.

Y el fruto de esta devoción lo encontramos en que San José siempre correspondió al Padre Pío con una asistencia singular y con visiones extraordinarias. Así lo atestigua la carta que el santo capuchino dirigió al padre Agustín de San Marco in Lamis, el 20 de marzo de 1921:

«Ayer, festividad de San José, sólo Dios sabe las dulzuras que experimenté, sobre todo después de la misa, tan intensas que las siento todavía en mí. La cabeza y el corazón me ardían, pero era un fuego que me hacía bien» (Epist. I, 265)

El padre Honorato Marcucci, uno de los asistentes del Padre Pío en los últimos años de su existencia terrena, contaba este episodio:

“Una tarde del mes anterior al de la muerte del venerado Padre, se encontraba con él en la terraza contigua a la celda n. 1, esperando para acompañarle a la sacristía para la función vespertina. Era un miércoles, día consagrado a san José, y el Padre Pío no se decidía a moverse. De pie ante un cuadro del glorioso Patriarca, apoyado en la pared, el venerado Padre parecía en éxtasis. Pasado un poco de tiempo, el padre Honorato le dijo

-- ‘Padre, ¿debo esperar todavía?; ¿nos hemos de ir?; vamos con retraso’.

Pero sus preguntas quedaron sin respuesta. El Padre Pío seguía contemplando al glorioso Patriarca. Al fin, después de que el padre Honorato le arrastrara del brazo y le repitiera por enésima vez la pregunta, el Padre Pío exclamó:

-- “Mira, mira, ¡qué bello es san José!”.

Se dirigieron a la sacristía. En la sala «San Francisco» encontraron al padre sacristán, que les preguntó:

-- “¿Cómo con tanto retraso?”.

El padre Honorato respondió:

-- “Hoy el Padre Pío no quería separarse del cuadro de san José”.

El Padre Pío no dejaba pasar una sola oportunidad sin invitar a sus hijos espirituales a cultivar una sincera y profunda devoción a san José, fuente siempre rica de enseñanzas, de consuelo y de favores. Parece escucharse todavía hoy su voz: “¡Ite ad Joseph!” (Gn 41,55). Id a José con confianza absoluta, porque también yo, como Santa Teresa de Ávila:

“No recuerdo haber pedido cosa alguna a San José, sin haberla obtenido de inmediato”.

La Semana del Cristiano.
Fatimazo por la Paz.

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