BORDES, AGOSTO-OCTUBRE DE 2023
AÑO 8 NÚMERO 30, ISSN 2524-9290 http://revistabordes.com.ar
El abandono de la
cultura escrita
FERNANDO PEIRONE (UNPAZ/UNSAM/UNC)
14 DE SEPTIEMBRE DE 2023
A mi amiga Claudia Fagaburu
Estamos frente a una nueva humanidad
Michel Serres
La escena que inicia esta nota sucedió poco tiempo atrás en una universidad argentina,
aunque podría haber sucedido en muchos otros lugares. Decir universidad puede predisponer a pensar en un suceso acotado, como cuando las personas abogadas glosan sobre la
vida tribunalicia, o las médicas y las enfermeras hablan sobre un virus intrahospitalario;
pero en este caso se trata de algo mucho más propio, cercano, extendido y común de lo
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que cualquiera podría suponer. Por eso propongo dejar de lado las certidumbres y tomar a
esta escena como un ejercicio inusual; como cuando se recorre un itinerario habitual desde
otro lugar –en sentido inverso o en un horario diferente al que lo hace diariamente–, y se
descubren muchas cosas que siendo familiares revelan aspectos inesperados.
La anécdota ubicua
A comienzos de junio, un profesor de la materia Organización del Estado dedicó la primera parte de su clase a repasar lo que habían visto hasta ese momento y a evacuar dudas
sobre el parcial que tomaría la semana siguiente. Después de ver la unidad en donde habían trabajado los “tipos de gobierno” y sus correspondientes formas de ejerce el poder,
pensó que debía ser gráfico; entonces dijo: “una posible pregunta de parcial sobre esta
unidad sería: Enumere qué tipos de gobiernos tuvo la República Argentina en la década
del setenta. De sus definiciones y describa sus respectivas características”. Después se dirigió a una joven estudiante que había estado prestando atención, y le preguntó: “Sin dar
sus definiciones ni sus características, porque en esta instancia no hace falta, ¿te animás
a decirnos qué tipos de gobierno tuvo nuestro país durante ese período?” La estudiante,
después de unos segundos en los que pareció buscar el tono adecuado, le contestó: “a mí
no me gusta la política, profe”. La respuesta, que, como el emoticón, acompañó con sus
dos palmas para arriba, no fue desafiante ni jactanciosa; por el contrario, fue cuidadosa,
como cuando alguien es agasajado con un plato especial y debe pedir disculpas porque
no le gusta el pescado. El profesor comprendió cabalmente el tono de la joven, aunque
no pudo evitar el estupor que le causó la frase; así que, con plena consciencia de su rol,
puso especial atención en eludir el regaño o el reproche, y elaboró una respuesta acorde
al desafío, que tenía a todo el curso expectante:
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–Esa no puede ser la respuesta de una estudiante universitaria. Sobre todo en un país
como Argentina, donde hubo mucha gente que luchó y sigue luchando por la educación
pública. Les voy a dar un ejemplo. Para que este edificio resulte confortable y puedan
estudiar su carrera de forma gratuita, el Estado invierte mucho dinero que proviene de
los aportes que hacen los contribuyentes con sus impuestos. La posibilidad de que todos
puedan ir a la universidad, más allá de los resultados personales, es una decisión política
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y es una conquista frente a quienes piensan a la educación como una empresa y quieren
someterla a la lógica del mercado. En el tiempo que llevan aquí, habrán notado que la
universidad es mucho más que estudiar una carrera y recibirse: es el intercambio con las
y los compañeros, es participar del debate social, es dinamizar la economía territorial del
lugar en que está emplazada. La política es el instrumento que tiene la población para
discutir el país que quiere y la educación que se necesita para lograrlo: si quiere un país
que brinde oportunidades para todas y todos, o si deja que solo tengan oportunidades
quienes pueden pagar una educación de calidad. En este sentido, desentenderse de la política es desentenderse de la vida en común, y eso es algo que ningún estudiante debería
permitirse si quiere ser un profesional que esté a la altura de lo que ha logrado gracias al
esfuerzo de todos sus compatriotas”.
Para alguien que, como este docente, nació en el siglo XX y que por lo tanto se formó
bajo el influjo del positivismo y el espíritu de la ilustración, la respuesta de la estudiante
posiblemente sea atribuida a la ignorancia. Para un militante de los setenta, probablemente sea un emergente de “la apatía y la falta de compromiso que caracteriza a los
jóvenes actuales”. Para un libertario, tal vez sea un imperioso acto de rebeldía contra la
casta política. Pero: ¿si no fuera ninguna de esas cosas?
El cambio en la matriz de la narrativa social
La expansión de la cultura audiovisual no es un fenómeno reciente. En los últimos cien
años dio lugar, entre otros hitos, al género cinematográfico, al lenguaje televisivo y a la
cultura de los videoclips. Durante ese proceso se fue despojando del binarismo, la linealidad, las jerarquías y las categorías que subordinaban su narrativa a la cultura escrita,
para empezar a desarrollar otras formas de representación simbólica, más específicas de
su lenguaje. Hoy, la cultura audiovisual tiene entidad propia y se afianza diariamente incorporando una gran diversidad de recursos técnicos. Como consecuencia de ese
proceso no solo se está reemplazando la matriz escritural de la narrativa social, sino que
además se está desplazando al logocentrismo como la forma hegemónica de Occidente
para contar, expresar y conocer; es decir: para construir sentido.
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Para quienes fuimos formateados por la cultura moderna, este es un escenario que genera mucha inseguridad, porque implica: 1) vencer reflejos que tenemos condicionados
por la cognición logocéntrica, donde todo conocimiento necesita ser confirmado y legitimado por las capacidades lógica, analítica, deductiva y explicativa que provee la razón;
para empezar a 2) conocer, experimentar, contar y valorar a partir de un orden simbólico
diferente; esto es: 3) abrirse a una composición de sentido que –por extraña– puede
producir vértigo e inseguridad. Sin embargo, este escenario se ha vuelto irreductible y
en la medida en que no asumamos la gravitación que este corte epistemológico tiene en
nuestras vidas, en las prácticas sociales, y en la crisis multidimensional que atraviesa el
mundo, seguiremos naufragando en el desconcierto y la impotencia; peor aún: nos exponemos a dejar que el efecto dominó que comenzó erosionando el principio de autoridad,
y que continúa con el actual debilitamiento de las instituciones, termine deslegitimando
al sistema democrático como modelo de convivencia.
La escritura es un gesto comunicacional que no solo alinea signos y palabras, también
organiza ideas y establece un orden que –gramática mediante– se proyecta en lo social.
Conectar una palabra con otra es una manera de organizar el pensamiento a través de
una linealidad que tiene un principio, un desarrollo y un fin; lo cual, implícitamente, ha
inoculado las ideas de secuencialidad y de progreso que nos inscriben en un encadenamiento causal. En este sentido, la escritura describe la trazabilidad colectiva utilizando
mojones espacio-temporales que organizan la consciencia histórica en una cronología
común; esto es: fechas, líderes, batallas y monumentos que nos filian al pasado, pero
también sueños, utopías y aspiraciones que moldean el imaginario social sobre el futuro.
Los géneros en que se fue desagregando la cultura escrita, funcionaron como cajas de
resonancia de la narrativa universalizante, continua, etnocéntrica y patriarcal que identifica al orden logocéntrico. Pensemos, si no, en los efectos formativos de la tragedia,
la comedia, la paideia, los tratados filosóficos, los diálogos, la poesía, los documentos
científicos, la crítica, las biografías, la oratoria, los relatos de viajes, las memorias, los
epistolarios, las confesiones, las novelas, los ensayos, los discursos políticos, los manifiestos, los manuales, los diccionarios, las actas y los reglamentos institucionales. Por
eso el desplazamiento de la cultura escrita a mano de la nueva matriz narrativa –donde
convergen la cultura audiovisual, la hipertextualidad y otras formas narrativas–, impacta
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en la vida cultural, educativa, política, jurídica y laboral: 1) porque su gramática caotiza
las referencias y dimensiones que durante tres mil años organizaron la experiencia social
a caballo de la escritura; 2) porque la asimilación global de una narrativa espasmódica,
fragmentada, convergente, aluvional e inmediata como la actual, no solo atenta contra
el sustento lector en que se apoyan –por caso– la política y la educación, sino todas las
referencias teórico-prácticas con que pensábamos, abordábamos, explicábamos y organizábamos la experiencia personal y social.
Un antecedente orientador
Hoy, como sucedió con el lenguaje mítico, el soporte escritural de todo el andamiaje discursivo, argumentativo, comunicativo y organizativo en que se apoyan las instituciones
modernas defecciona frente a la nueva dinámica social. Lo podemos ver en la creciente
disfuncionalidad del orden institucional, en la pérdida de confianza que experimentan las
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El pasaje del pensamiento mítico al pensamiento lógico, ocasionó un cisma similar ya
que, sobre todo, fue un cambio en la matriz de la narrativa social. Cuando las culturas
primitivas abandonaron el nomadismo y se asentaron en territorios permanentes, los
relatos míticos (de carácter “emocional-individual”) empezaron a revelar una creciente
disfuncionalidad. El nuevo orden social demandaba una comunicación más lógica (de
carácter “racional-social”) y la acción comunicativa fue virando de una narrativa basada
en relatos preventivos a otra que tenía la capacidad de construir relatos propositivos. En
Occidente, fue lo que dio lugar al pensamiento presocrático y a la posibilidad de medir
distancias, vadear ríos, observar los astros, dividir el tiempo, y realizar las primeras dramatizaciones sociales utilizando versos cantados o diálogos públicos. Fue, también, el
origen de las ciudades-estado, un nuevo tipo de organización social, política, religiosa,
administrativa y económica que creó las condiciones para que esos protoestados pudieran federarse y diseñar estrategias articuladas. El intercambio comercial y cultural entre
aquellas sociedades particularmente complejas que iniciaron el camino civilizatorio de
Occidente, se apoyó fuertemente en la escritura y los números decimales: un sistema
comunicativo dual que les permitía procesar datos y almacenar información mediante el
ordenamiento de signos.
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instituciones junto a las corporaciones que las conducen y administran, o en las tensiones
que genera la fuerza inercial de la modernidad frente a las formas disruptivas del devenir
social: porque la legitimidad de las representaciones políticas está mellada; porque buena
parte de la normativa jurídica ha caído en desuetudo, volviéndola ineficaz u obsoleta frente
a las demandas y las conflictividades emergentes;1 porque las ciencias sociales –y sus métodos– presentan serias dificultades para “leer” las escenas sociales; porque las vanguardias
culturales se desconectaron de las experiencias de a pie; porque la formación profesionalizante se aleja cada vez más de la dinámica laboral; porque los tutoriales en YouTube, Instagram, Tik-Tok junto a la inteligencia artificial, interpelan los procesos escolares; porque
las religiones –a diferencia de la cultura audiovisual– siguen reproduciendo los principios
comunicativos de la poética aristotélica; y porque los prejuicios monistas de la metafísica
general impiden dialogar con la “pluralidad ontológica” actual. Esta múltiple ruptura de
la interlocución social, generó un estado de inermidad en la progresía. De hecho, en línea
con lo que venimos diciendo, las izquierdas que históricamente montaron su tecnología
política en torno a dispositivos narrativos de base escritural, hoy ven declinar la eficacia de
sus recursos argumentativos y de sus discursos propositivos, porque no pueden procesar ni
asimilar la nueva construcción de sentido y, consecuentemente, no consiguen elaborar una
interlocución social en el registro comunicacional de la nueva matriz narrativa. Mientras
tanto, las derechas demuestran una gran versatilidad para aprovechar esa interrupción comunicativa y el creciente descontento social, porque sus objetivos les permiten prescindir
de las argumentaciones y enfocarse en soliviantar emociones primarias utilizando recursos
audiovisuales que les resultan muy propicios, como los memes, las fakes news, los recortes
re-animados y el streaming.
La tendencia autonomista que atraviesa a los movimientos feministas y los movimientos
ambientalistas dialoga con este escenario de representaciones e interlocuciones fallidas;
como las nuevas subalternidades dialogan con el abandono de los más vulnerables y la
multiplicación de migrantes y refugiados de guerra; o como las desapariciones sociales
perpetradas por el narcotráfico dialogan con el asedio a los Estados nacionales y la conformación de estados paramilitares paralelos.
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1 Desuetudo es un término jurídico que se utiliza para referir la obsolescencia o el desuso de una ley o norma con
el paso del tiempo.
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La deshistorización
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Otros efectos significativos que sobrevinieron con este cambio en la matriz de la narrativa
social son: la discontinuidad del tiempo reflexivo y la relativización de lo histórico a partir de la fragmentación del tiempo común y la emergencia de un presente continuo que
descompone el orden explicador. La escena del profesor y la estudiante que mencionaba
al principio se puede analizar a la luz de este resquebrajamiento de la temporalidad social. Esto no quiere decir que dejamos de ser contemporáneos, quiere decir que el orden
escritural que proporcionaba contextualización, instrumentos de lectura e ilusión de universalidad asociado a variables como el tiempo, el espacio, la tradición, la presencialidad y
el porvenir, ha sido intervenido por un orden narrativo post-alfabético que prescinde de
los contextos comunes para ofrecerlos segmentados, digitalizados, ubicuos, customizados,
recreados y recombinados sin solución de continuidad. Lo cual incluye, como un factor
decisivo, fuentes de socialización no-institucionales que –a través de celulares y entornos
digitales– introducen una temporalidad que compite con la familia y la escuela, como las
instituciones que ordenaban la experiencia del tiempo y proporcionaban las referencias
que inscribían los procesos de socialización y subjetivación en una historia común. Esto
rompe la correspondencia entre la historia y el nuevo mundo de la vida; y al mismo tiempo
evidencia la necesidad de un modelo organizacional acorde a la nueva dinámica social, porque es evidente que la sociedad se piensa, se relata y se construye de otra manera. Es decir,
nos relacionamos con un mundo donde los procesos de subjetivación ya no se condicen
con el sujeto cartesiano, como los procesos de socialización ya no se condicen con la idea
de sociedad que tenía en el Estado-nación su molde cognitivo y el continente de todas las
categorías sociales.
Lo político pierde fuerza e interlocución y, por supuesto, pierde representación, valor e
interés. A partir de lo cual, la política es identificada con el viejo mundo, como ocurrió
con la religión católica durante la modernidad, solo que esta vez de un modo vertiginoso
y arriesgado: 1) por la lógica palaciega y superestructural que predomina en buena parte
del orden político; 2) por la despersonalización que sobrevino con el reemplazo de la
militancia territorial por la militancia virtual; 3) por las limitaciones epistemológicas
para pensar un nuevo orden político; y 4) por el modo en que –producto del miedo y la
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desesperación–, se está comenzando a delegar la administración de lo social en la algoritmización y la inteligencia artificial.
¿Esto significa que la política ha muerto o que lo político pierde sentido? No. Significa
que ya no podamos hablar de política sin considerar la emergencia y la consolidación de
una dinámica social que está cambiado la dialéctica entre lo individual, lo institucional
y lo colectivo de manera decisiva. Significa que ya no podemos observar el crecimiento
de las derechas racistas y el afianzamiento del modelo de acumulación tecno-financiero
como fenómenos aislados del interregno político-institucional que atraviesa la sociedad.
Y que no podemos seguir obstando el rol protagónico de las juventudes, porque son
quienes –en consonancia con la actual mutación tecno-antropológica– están instituyendo una codificación cultural y una politicidad que –si bien– sucede en un registro comunicativo alejado de la experiencia social e institucional de los adultos, resultan vitales
para instituir la significación –todavía en disputa– del orden social emergente.
Estamos, en definitiva, frente a un nuevo tipo de racionalidad que reconfigura todas las
dimensiones sociales, incluida la de una politicidad que ya no se organiza en función del
orden logocéntrico. Porque explora nuevos sentidos de la vida, porque se organiza en
torno a nuevas lógicas relacionales, porque asume y asimila modos de existencia que no
están siendo contemplados, y porque incorpora al sistema-tierra y a la habitabilidad del
planeta como variables fundamentales de su régimen de acción política.
La política me deja afuera
Volviendo a nuestra anécdota, tenemos por un lado la potencia argumentativa, la coherencia ideológica y la razón que asiste al profesor en su refutación, emitida en un registro
que a los adultos nos resulta cómodo y familiar. Por el otro, a una joven estudiante que
cuando le dice “no me gusta la política”, se infiere: “tu política me deja afuera. No tiene
nada que ver conmigo, ni con mi vida, ni con mi futuro”, “tu política no me calienta”.
Estupor y coraje amparados en dos cosmovisiones que ya no comparten el mismo lenguaje, dos razones en un mismo contexto de incertidumbre. Pero, fundamentalmente,
dos grupos etarios con responsabilidades desiguales.
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