Purhépechas y economía solidaria: de la pesca
en Janitzio a la elaboración de piñatas en Playas
de Rosarito, Baja California

Jesús Méndez Reyes[1]
José Atahualpa Chávez Valencia[2]
Universidad Autónoma de Baja California

Ilustración 1. Piñatas en proceso en la casa-taller de una familia purhépecha en Playas de Rosarito, Baja California. Crédito fotográfico: Jesús Méndez Reyes (2023).

Economía solidaria, economía popular.

Es común escuchar que el trabajo en equipo o en comunidad o en el que participan familiares, amigos, vecinos y hasta desconocidos en algunas ocasiones rinde beneficios para todos. Esta práctica está asociada a la solidaridad, a la sociabilidad, a atender problemas comunes, y ha sido tal la importancia de estas prácticas que la Organización de las Naciones Unidas incorporó el tema a su agenda de trabajo para el año 2030, vinculándola con el Desarrollo Sustentable. Estamos hablando de la economía social, popular y solidaria que se reconoce como emprendimiento colectivo a fin de paliar la pobreza y las carencias de la población con pocas oportunidades de progreso material. Sin embargo, no debe entenderse como un programa para aliviar la pobreza en coyunturas de crisis, ya que es “una herramienta útil para ofrecer soluciones a las necesidades de la población en las más diversas esferas» aún participando en el mercado neoclásico o neoliberal (Mateo y Méndez-Reyes, 2019), por lo que también se le conoce como economía alternativa o del tercer sector. En este sentido, la economía popular se ha puesto en práctica a lo largo de la historia a través de cooperativas, mutualidades, huertas comunitarias, redes de trueque, fábricas recuperadas, ferias barriales, tianguis, sobre ruedas y emprendimientos familiares nucleares o extendidos.

Según Montes (2022: 160) la conjunción de las cooperativas de producción y consumo dentro de un espacio comunitario es fundamental para que existan formas de reconstrucción viable y, agregamos nosotros, parte nodal del funcionamiento de los mercados que cubren aspectos no siempre contemplados por las empresas, sea por asuntos de ganancia o de repercusión sobre el público que buscan atender. ¿Cómo puede explicarse de manera concreta ese ejercicio en México y Baja California? En el caso de quienes manufacturan piñatas de manera artesanal los elementos teóricos que se aprenden en las aulas (los precios, la oferta y la demanda de mercado o los costes de producción) tienen otro significado. Vamos a explicarlo con detenimiento. La piñata en México tiene un significado religioso, festivo, de sociabilidad e interculturalidad sobre todo entre la población estadounidense quien retomó este objeto de papel y cartón, pintura y movimiento, artesanía y folklore para acompañar los cumpleaños infantiles, las despedidas de soltería y la integración con la gente de origen mexicano asentada en Estados Unidos. Durante la etapa novohispana y de las misiones, las piñatas sirvieron como instrumento de evangelización, representaban los golpes que había que dar a los siete pecados capitales y que, al romper la olla de barro, forrada con papel de colores y en forma de estrella, derramaban la gracia espiritual sobre los participantes

Asimismo, durante las ferias regionales en el centro y occidente del México independiente, armar piñatas se convirtió en parte de la algarabía y convivencia de comerciantes y marchantes por lo que comenzaron a manufacturarse en diversos tamaños y formas. Si observamos las pinturas de artistas del siglo XIX el papel de colores se vuelve común en los juegos infantiles, el volado de papalotes y el adorno de jarros de barro en los que se ofrecían las bebidas.

Ilustración 2. Exposición de piñatas en el Palacio Municipal de Atlixco, Puebla. Créditos fotográficos: Jesús Méndez Reyes (2022).


Ilustración . Exposición de piñatas navideñas en el Palacio Municipal de Atlixco, Puebla. Créditos fotográficos: Jesús Méndez Reyes (diciembre, 2022).

Avanzados los primeros años del siglo XX, cuando aparecen las visitas y el turismo a los poblados fronterizos, los lugareños retomaron aquel elemento de mexicanidad a través de la venta de “curiosidades artesanales” como sarapes, vasijas, cazuelas, morteros de piedra, rebozos, sombreros, objetos de curtiduría y orfebrería, y por supuesto piñatas, que dieron color y presencia a las comunidades de las diferentes regiones del país.

Purhépechas en Baja California.

Baja California inicia su periplo como entidad federativa a partir de 1952 pero con experiencia acumulada en las décadas anteriores en los sectores agrícola, pecuario y de servicios turísticos. El paso inmediato fue el desempeño del sector industrial merced a la ley de fomento y protección de industrias del Estado de Baja California en febrero de 1954. Los años posteriores estarían acompañados de crecimiento poblacional, manufacturero, asentamientos urbanos, electrificación, comercio y migración de connacionales del sur del país atraídos por las oportunidades de trabajo, de progreso familiar, incluso con el “sueño americano” para migrar o para aprovechar el alto ingreso y consumo de los estadounidenses.

La presencia de población purhépecha en Baja California se remonta a la década de 1950. Originarios de diversas comunidades de una de las regiones indígenas del estado de Michoacán arribaron a territorio bajacaliforniano consecuencia de una dinámica migratoria que contemplaba destinos regionales, nacionales e internacionales. En sus inicios movilizarse hacia el norte mexicano era el paso previo para llegar a los Estados Unidos de América. No obstante, a partir de la década de 1980 la migración purhépecha identificará como lugares de destino los asentamientos rurales y urbanos bajacalifornianos, contemplando el cruce al “otro lado” como segunda opción. A la par de los purhépechas, se desarrollaron experiencias migratorias de otros grupos indígenas que se movilizaron hacia el territorio bajacaliforniano, destacando los mixtecos, zapotecos, triquis, mazahuas, huicholes, náhuatl y otomíes.

El posicionamiento de Baja California como lugar de destino obedeció a que satisfacía las principales motivaciones de la migración purhépecha: la búsqueda de oportunidades laborales y mejores condiciones de vida. En la parte norte de la península se encontraron con una atractiva y diversa oferta laboral relacionada con actividades agrícolas, servicios, construcción, turismo, la industria maquiladora y la venta de productos artesanales. Entre las primeras actividades de la comunidad estuvo la venta de cigarrillos en los lugares de esparcimiento que ofrecía la ciudad fronteriza de Tijuana, y posteriormente, con empeño y empuje, aprendieron otra actividad mejor remunerada y con venta segura, al enviarse el producto hacia California (Guzmán, 2023), primordialmente a Los Ángeles, que cuenta con una amplia población mexicana por tratarse de un espacio histórico y natural de connacionales. La certeza laboral promovió el arribo considerable y el asentamiento permanente de purhépechas en la entidad, a partir de la conformación de asentamientos con matices comunales, a partir de los cuales se continuaron las prácticas cotidianas, las formas de organización, las manifestaciones culturales, las festividades y rituales religiosos.

Los piñateros de Playas de Rosarito.

En el proceso de asentamiento e inserción laboral destaca la experiencia desarrollada por los purhépechas originarios de la Isla de Janitzio. Tijuana fue el lugar de destino y residencia de los janitzienses entre las décadas de 1960 y 1980. Para 1990 se mudaron a la colonia Constitución, de la entonces delegación de Playas de Rosarito, donde los primeros migrantes comenzaron a residir. Hubo flujos importantes de nuevos migrantes provenientes directamente de la isla, motivados por la posibilidad de obtener un bien patrimonial accesible (terrenos a bajo costo), pero, sobre todo, para emplearse en la elaboración de piñatas (Chávez, 2022).

Para la década de 1980 la población de la isla se empleaba en la fabricación y venta de huacales de carrizo, petates, sombreros, canastas y figurillas de junco, actividades turísticas y, principalmente, la pesca. Los ingresos obtenidos de estas prácticas fluctuaban dependiendo de la afluencia del turismo, la temporada de lluvias, los períodos de veda y la paulatina contaminación del lago de Pátzcuaro. Sin duda, la imposibilidad de obtener recursos económicos suficientes, por la disminución de la producción pesquera, alentó la migración de los janitzienses. La población “liberada”, especializada en la pesca, al migrar al norte, encontró en la fabricación de piñatas una alternativa laboral al arribar a la zona norte de Tijuana.

Los primeros en emplearse en la fabricación de piñatas fueron Feliciano Justo y Federico López, quienes vendían sus productos en las tiendas de la avenida Revolución de Tijuana, así como a compradores estadounidenses que las comercializaban del otro lado de la frontera. En Playas de Rosarito la actividad se extendió a la mayoría de la comunidad janitziense, allí asentada. La familia y el hogar se constituyeron en la base del trabajo en las piñatas; padres, hijos y abuelos cubrían las etapas del proceso de fabricación: armado, empapelado, picado de papel, diseño y adorno. Desde las salas, cocinas y espacios adecuados en las viviendas, se producían entre 600, 1000 y 5000 piñatas. La variación en los números deriva de la demanda del producto, el precio y adquisición de los materiales de fabricación, así como de la presencia de otros productores no indígenas en el mercado piñatero.

Ilustración 3. La elaboración de piñatas como práctica familiar y comunitaria. Créditos fotográficos: José Atahualpa Chávez Valencia (2023).


Esta experiencia histórica y permanente actual es ejemplo de la economía social, popular, solidaria y comunitaria en Baja California y da cuenta de lo que puede realizarse en el mercado neoclásico y el neoliberalismo tan criticado -con justa razón- en los últimos años, sin que las comunidades organizadas se den por vencidas. Por el contrario, saben muy bien que la economía mexicana requiere de alternativas y propuestas como la emprendida por estos migrantes que son parte integral de la sociedad fronteriza del norte mexicano.

Referencias

Chávez Valencia, J. Atahualpa
2022 “Cherán K´eri. La conflictiva construcción utópica de la comunidad indígena entre los p´urhépecha”, en J. Eduardo Zárate (ed.), Comunidades, utopías y futuros. Debates para el siglo XXI, Zamora, Mich., El Colegio de Michoacán, pp. 103-126.

Guzmán Aparicio, Lázaro
2023 [Entrevista realizada por Jesús Méndez Reyes y J. Atahualpa Chávez Valencia] Playas de Rosarito, Baja California, 15 de septiembre.

Mateo, Graciela, y Jesús Méndez Reyes
2019 “Estudio introductorio. Miradas caleidoscópicas de la Economía Social y Solidaria y el Cooperativismo en América Latina, una revisión multidisciplinar”, Áreas. Revista Internacional de Ciencias Sociales, núm. 39, pp. 7-9, https://doi.org/10.6018/areas.408391

Montes Vega, Octavio Augusto
2022 “Reformulando la utopía y reconstruyendo las prácticas de consumo a partir de dos experiencias cooperativas”, en J. Eduardo Zárate (ed.), Comunidades, utopías y futuros. Debates para el siglo XXI, Zamora, Mich., El Colegio de Michoacán, pp. 151-175.


  1. Investigador en Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Autónoma de Baja California.

    Correo: jmreyes@uabc.edu.mx.

  2. Investigador en Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Autónoma de Baja California.

    Correo: atahualpa.chavez@uabc.edu.mx.