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Contribuciones de la psicología al abordaje de la dimensión humana del cambio climático en Chile (primera parte)
Interdisciplinaria, vol. 34, núm. 1, pp. 91-105, 2017
Centro Interamericano de Investigaciones Psicológicas y Ciencias Afines



Recepción: 06 Enero 2016

Aprobación: 16 Enero 2017

Resumen: Múltiples estudios señalan que para abordar integralmente la problemática del cambio climá­tico es fundamental incorporar factores psicoló­gicos y sociales en el diseño, implementación y evaluación de estrategias de mitigación y adap­tación. Estos factores resultan claves para incre­mentar la importancia del cambio climático en la agenda pública, favorecer un mayor involucramiento ciudadano y fortalecer la resiliencia indi­vidual, social e institucional, así como el impacto de las políticas. No obstante, en Chile el estudio de los aspectos psicológicos del cambio climático es muy limitado. Por su extensión este trabajo se presenta en dos partes. En esta primera parte se presenta una revisión bibliográfica que explora los principales ámbitos del cambio climático en los que la Psi­cología puede contribuir para comprender las complejidades del problema. Esto se organiza en cuatro grandes ejes: (1) la comunicación del cam­bio climático, (2) el estudio de creencias, actitu­des, valores y conductas relacionadas con el pro­blema, (3) la identificación de facilitadores y barreras psicológicas para la implementación de prácticas de mitigación y adaptación y (4) los impactos del cambio climático en la salud men­tal. Estos ejes constituyen un marco de referencia para el posterior desarrollo de ámbitos de acción que se apliquen específicamente al contexto chi­leno.

Palabras clave: Cambio climático, Psicología, Chile, Conductas pro-ambientales, Adaptación.

Abstract: Multiple studies show that the integration of social and psychological factors in the design, im­plementation and evaluation of mitigation and adaptation strategies is paramount to address the complexities of climate change. Such factors in­fluence both the perception of the problem and the responses to it in every social system. Considering a multi-level approach encompassing institutional, communitarian and personal dimensions, the inclusion of these psychological aspects can help to increase the importance of climate change in society, favor a deeper community engagement, improving public policies, and strengthen indi­vidual, social and institutional resilience. Although Chile is one of the most vulnerable countries in the world regarding climate change impacts, present­ing seven out of nine vulnerability criteria, the study of the social and psychological dimensions of climate change in our country is limited and its importance for policy-making generally unknown. In such a context we organized a literature review aimed at exploring how Psychology can contribute to address the human dimensions of climate change in Chile considering a wide range of topics. To do this a reasonable high number of specialized data­bases and scientific journals were used. As a result of this work we expect to encourage scholars from diverse disciplines, not only psychologist, to dig deeper on these issues in the Chilean and Latin American context to fill this gap in the knowledge. The literature review showed that most research has been conducted in developed countries such as United States, Australia, and United Kingdom. This is expected considering the high levels of political polarization about climate change in those coun­tries, either regarding the causes of the problem, the actions needed to address it, or even if it is happening or not. Contrariwise, we only found a reduced number of articles addressing specifically the psychological aspects of climate change in both Latin America and Chile. Interestingly, mainly scholars from other disciplines generally related to environmental management, planning, Sociology and other social sciences, rather than psychologists, have conducted those studies in the region, most of them focused on issues such as social vulnerability, inequalities, poverty alleviation, political partici­pation and agriculture in rural and indigenous communities in the context of droughts or water management related issues. Results of this review are presented in two parts covering five main topics reflecting the most relevant issues identified in the interaction between psychological factors and climate change in the literature. Part one presents a short introduction on climate change impacts in Chile and the high level of vulnerability of our country given by geographic, environmental and social factors. Then we explain the link between Psychology and environmental problems in gen­eral, describing the main issues covered by two specialized sub disciplines called Environmental Psychology and Conservation Psychology. After that we present four sections summarizing the main findings of the literature review. These include the complexities of climate change communication; beliefs, values, attitudes and behaviors; psycho­logical drivers and barriers for climate change ac­tion; and the emergent study of the impacts of climate change and mental health. This sets the basis for a framework to organize and encourage research in this area and to integrate this knowledge in policy-making in the Chilean context. Overall, this review suggests that psychology’s contri­butions to address climate change challenges will improve our understanding of the complex rela­tionship between people and nature in general and society and climate change in particular. However, to have a significant impact in policy-making, psy­chological studies need to be part of wider multi­disciplinary teams and work at multiple levels, specially close to communities and public insti­tutions avoiding an excessive experimentalism and academicism preventing isolation from society.

Keywords: Climate change, Psychology, Chile, Pro-environmental behaviors, Adaptation.

Introducción

De acuerdo al Ministerio del Medio Am­biente, Chile cumple con siete de los nueve criterios establecidos para ser considerado un país vulnerable a los efectos del cambio cli­mático: tiene áreas de borde costero de baja al­tura, zonas áridas y semiáridas, zonas con co­bertura forestal y zonas expuestas al deterioro forestal. Es un país propenso a desastres na­turales, también a la sequía y la desertificación. Presenta zonas urbanas con contamina­ción atmosférica y zonas de ecosistemas frágiles, incluidos los sistemas montañosos (Oficina de Cambio Climático, 2014). Las proyecciones consideran un aumento de tem­peratura en todo el territorio nacional, con un gradiente de mayor a menor, de norte a sur y de la Cordillera de los Andes al Océano Pací­fico. Se espera que el mayor calentamiento se verifique en la zona norte grande y en altura, sobre la Cordillera de los Andes. Para el perí­odo cercano, entre los años 2011 y 2030, se proyectan disminuciones de precipitación en­tre 5% y 15%, para las latitudes 27°S a 45°S, esto es, entre la cuenca del Río Copiapó y la cuenca del Río Aysén. También se prevé un aumento en la probabilidad de eventos de se­quía e intensificación de eventos intensos de lluvias, especialmente a partir de la segunda mitad del Siglo XXI. Es muy probable que la duración, frecuencia y / o la intensidad de los períodos cálidos o las olas de calor aumenten en casi todas las zonas continentales (Magrin et al., 2014; Oficina de Cambio Climático, 2014).

Para enfrentar estos escenarios a nivel glo­bal y local el IPCC (2014) ha enfatizado que el abordaje del cambio climático implica no solo la reducción de gases de efecto inverna­dero a nivel de las grandes industrias y países contaminantes, sino que también requiere cambios significativos en múltiples aspectos de la vida cotidiana, como el uso de energía, el manejo del agua, o la producción y el con­sumo de alimentos. En este contexto, la implementación de adecuadas estrategias de adaptación y mitigación excede las ciencias biofísicas y demanda cambios políticos, ins­titucionales, sociales, culturales y finalmen­te conductuales, ante los cuales las ciencias sociales y la Psicología pueden jugar un pa­pel fundamental; particularmente esta última, dada su alto potencial en ámbitos relaciona­dos con intervenciones grupales e individua­les orientadas al cambio de actitudes y con­ductas (Landini, 2012).

En Chile, desde los años 90 diferentes go­biernos han desarrollado planes nacionales y sectoriales para enfrentar los nuevos escena­rios climáticos. Sin embargo, la consideración e integración de la dimensión humana del problema ha sido muy limitada. Asuntos cla­ves como la influencia de los sistemas de va­lores y creencias en la percepción y respues­tas al cambio climático, la desigual distri­bución de vulnerabilidades y exposición a condiciones climáticas cambiantes o extre­mas, impactos en la salud mental, la integra­ción del conocimiento local y científico, las posibilidades reales de participación en sis­temas de gobierno ambiental, entre muchos otros aspectos no han ocupado un lugar im­portante en la política del cambio climático o no han sido abordados en profundidad.

Por otra parte, más allá de que en Chile exista un consenso con respecto a las causas del cambio climático, su importancia y la magnitud de los impactos proyectados (Mi­nisterio del Medio Ambiente, 2015), las temá­ticas ambientales en general y el cambio cli­mático en particular, siguen siendo percibidos como temas secundarios con respecto a otros problemas sociales (CEP, 2015). Por ejemplo, en la zona centro-sur, particularmente en la región del Bío Bío se percibe que el cambio climático tiene un innegable carácter antrópico y se asocia con una mayor frecuencia de eventos climáticos catastróficos. No obstante, y a pesar de una alta percepción de vulnera­bilidad, este tema ocupa una posición solo in­termedia entre las preocupaciones ambienta­les de la población (Infante, A.L. & Infante, F.C., 2013; Rojas, 2012; Rojas & Parra).

En este contexto, el estudio de la dimen­sión humana del cambio climático y en par­ticular de los aspectos psicológicos es muy re­levante tanto para incrementar la importancia del problema en la agenda pública, como pa­ra favorecer un mayor involucramiento de la ciudadanía y finalmente fortalecer tanto la resiliencia individual, social e institucional como el impacto de las políticas de cambio climático.

Considerando que en Chile la investiga­ción científica en esta área es muy limitada, el objetivo de este estudio fue explorar los principales ámbitos del cambio climático en los que la Psicología puede contribuir para comprender las complejidades del problema en el contexto chileno y de ese modo favore­cer el desarrollo de estrategias, políticas y planes más efectivos. Con este fin, se presenta una revisión bibliográfica sobre investiga­ciones relacionadas con la Psicología y cam­bio climático y se revisan estudios de caso de­sarrollados en Chile y en Latinoamérica que relevan los aspectos sociales del problema.

Para la búsqueda se utilizaron las siguien­tes bases de datos: APA Psyc Net, Scopus, Proquest, Web of Science, Jstor, EBSCO, Wi­ley, Scielo y Springer. Para la revisión en Chile y Latinoamérica se utilizaron como pa­labras clave: Climate change and Chile and Psychology*; Global warming and Chile and Psychology*; Climatic change and Chile; Cambio climático y Chile; Calentamiento Global y Chile; Climate change and Latinamerica andpsycholo*; Global warming and latinamerica and psycholo*; Climate change and latinamerica and psycholo*, Cambio cli­mático y Latinoamérica y Psicología; Cambio climático y Latinoamérica.

Los resultados fueron organizados en cin­co secciones, las cuales se desarrollan luego de una breve contextualización de la relación entre Psicología y problemas ambientales. Se comienza con las complejidades de la co­municación del cambio climático, luego cre­encias, valores, actitudes y conductas frente al cambio climático, facilitadores y barreras psicológicas, cambio climático y salud men­tal, y se identifican los ámbitos de acción más relevantes o propios del contexto lati­noamericano. Posteriormente se revisan los actuales planes de acción ante el cambio cli­mático en Chile y estudios de caso realizados en el país, identificando los aspectos sociales y psicológicos en cada uno de ellos. Final­mente se proponen las líneas de investiga­ción y áreas temáticas desde las cuales la Psicología puede contribuir a enfrentar las complejidades del cambio climático en el contexto nacional.

La relación entre la Psicología y los pro­blemas ambientales

Para muchos autores la sobrepoblación, el sobreconsumo y el uso de tecnologías con­taminantes constituyen las principales causas de los problemas ambientales en el mundo moderno. Se trata de fenómenos socio-am­bientales que tensionan la relación entre el ser humano y la naturaleza y que reflejan com­plejidades culturales, valóricas e ideológicas que se expresan en decisiones y conductas que pueden dañar significativamente el medio ambiente y a otros seres humanos (Ehrlich, P.R. & Ehrlich, A.H., 2008; Gaston, 2005; Oskamp, 2000; Palumbi, 2001; Penn, 2003). Problemas como la contaminación del aire, del agua o de la tierra, las amenazas para la biodiversidad y el cambio climático reflejan las consecuencias de una compleja, interde­pendiente y generalmente poco sustentable relación entre las personas y su medio am­biente.

La Psicología Ambiental, disciplina es­pecializada en el estudio de estas temáticas, ha abordado estas problemáticas en al menos dos sentidos: el estudio de los impactos del ambiente natural (aunque también físico y socio-cultural) sobre las personas (e.g., salud mental, productividad, aprendizaje, relacio­nes sociales) y el estudio de los impactos de las personas sobre el medio ambiente (Bell, Greene, Fisher & Baum, 2001; Cassidy, 1997; Gifford, 1987). El interés por promo­ver una relación más sustentable con la na­turaleza se ha traducido en una creciente pro­ductividad académica en esta área (Vleck & Steg, 2007) y en el desarrollo de una subdis­ciplina aún más especializada, conocida co­mo Psicología de la Conservación (Conser­vation Psychology) cuyos principales obje­tivos son entender por qué las personas se comportan de tal forma que ayudan o dañan el medio ambiente y cómo promover una conducta más responsable con la naturaleza (Clayton & Myers, 2009; Saunders, 2003).

El estudio de los aspectos psicológicos del cambio climático que se presenta a con­tinuación puede situarse en el marco de la Psi­cología Ambiental o la Psicología de la Con­servación (Conservation Psychology) aunque también puede ser en otras áreas como la Psi­cología Social, Educacional o en estudios so­bre salud mental, comunicación y sobre la percepción del riesgo.

Las complejidades de la comunicación del cam­bio climático

El creciente interés por los factores psico­lógicos asociados al cambio climático se puede explicar por la continua polarización existente en países desarrollados con respecto a las causas del fenómeno (i.e., proceso na­tural versus producido por actividades hu­manas), si está ocurriendo o no, o sobre la magnitud de las consecuencias esperadas (e.g., Leiserowitz et al., 2014; Leviston, Price, Malkin & McCrea, 2014; McCright, Dunlap & Marquart-Pyatt, 2015). Esto a su vez se ha traducido en serias dificultades para alcanzar acuerdos globales y dentro de cada país con respecto a cómo enfrentar el problema.

Una de las preguntas fundamentales abor­dada por la Psicología es por qué el consenso dentro de la comunidad científica (Cook et al., 2013) con respecto al cambio climático no se ha traducido en acuerdos dentro de ciertos países desarrollados (e.g., Estados Unidos, Australia) a pesar de los esfuerzos por comu­nicar la evidencia científica sobre las causas principalmente antropogénicas y la necesidad de desplegar respuestas efectivas y en el corto plazo.

En este contexto se han desarrollado nume­rosas investigaciones acerca de los factores que explican cómo las personas perciben el cambio climático y cómo responden a éste. Uno de los resultados más importantes es la evidencia de que la información científica es necesaria pero no suficiente para incrementar el apoyo a las políticas sobre el cambio climá­tico. El modelo de déficit según el cual las per­sonas no cambian su actitud o conducta hacia un problema, básicamente se debe a que no tienen suficiente información o no entienden la que existe, esto ha guiado la comunicación del cambio climático desde la comunidad científica (Bain, Hornsey, Bongiorno & Jef­fries, 2012). Los intentos por comunicar ideas y / o problemas complejos utilizando un len­guaje menos técnico y más cercano a la gente no han generado los resultados esperados. El modelo de cognición cultural (cultural cog­nition) (e.g., Kahan, Jenkins-Smith & Bramanc, 2011; Norgaard, 2006; Whitmarsh, ha demostrado cómo las personas fil­tran información que resulta conflictiva con su sistema de creencias y valores. Esto im­plica que en temáticas controvertidas o con respecto a respuestas que demanden cambios significativos en los estilos de vida, la calidad de la información tiene un valor secundario o nulo si esta representa una amenaza para la forma de relacionarse las personas con el mundo (Hart & Nisbet, 2012). En el caso del cambio climático, las acciones generalmente demandadas desde la comunidad científica tienden a poner en entredicho aspectos cen­trales de las sociedades modernas como el li­bre mercado y el consumismo, lo cual expli­caría las resistencias para aceptar no solo las causas del problema, sino también su exis­tencia en los grupos que más defienden el modelo económico dominante. Esto es aún más relevante considerando que algunos es­tudios sugieren que tratar de convencer a quienes mantienen una posición opuesta so­bre un problema entregándoles más evidencia científica puede incluso incrementar el re­chazo hacia el problema y la polarización, aun entre quienes tienen altos niveles de edu­cación (e.g., Corner, Whitmarsh & Xenias, 2012; Hart & Nisbet, 2012; Kahan et al., 2012).

Para enfrentar estas dificultades la litera­tura revisada sugiere al menos tres ámbitos de acción. Por una parte, la segmentación de au­diencia que se basa en la identificación de dis­tintos grupos dentro de la sociedad a partir del análisis de factores psicológicos y sociales asociados a distintas posiciones frente al cam­bio climático, lo cual es utilizado no solo pa­ra entender las diferencias, sino también para desarrollar estrategias adaptadas a dichos gru­pos o considerando elementos transversales a la sociedad (e.g, Hine, Reser, Morrison et al., 2014; Hine, Reser, Phillips et al., 2013; Mai­bach, Leiserowitz, Roser-Renouf & Mertz, 2011; Sherley, Morrison, Duncan & Parton, 2014).

Otro ámbito de acción y relacionado con lo anterior son los estudios sobre encuadre (framing) en los que se trata de activar aque­llos elementos considerados como más rele­vantes con el fin de motivar cambios actitudinales o conductuales que favorezcan res­puestas más efectivas al cambio climático (e.g., Bain et al., 2012; Gifford & Comeau, 2011; Howell, Capstick & Whitmarsh, 2016; Sapiains, Beeton & Walker, 2016). Finalmente estudios cualitativos en la línea de las narra­tivas (e.g., Daniels & Endfield, 2009; Drury, Homewood & Randall, 2010; Moser, 2010) y de las representaciones sociales del cambio climático (e.g., Alvear-Nárvaez, Ceballos-Sarria & Urbano-Bolaños, 2015; Correa, 2015; González Gaudiano, 2012; Meira-Cartea, 2013; Meira-Cartea & Arto-Blanco, 2014) han sido propuestos para entender las com­plejidades psicológicas y sociales del proble­ma, el componente subjetivo de la percep­ción del riesgo y las múltiples barreras psicológicas que limitan el impacto del saber científico en la sociedad.

Creencias, valores, actitudes y conductas frente al cambio climático

Los estudios revisados muestran que tanto en la percepción del cambio climático como en las respuestas que se implementan (y en las que no se practican), los sistemas de cre­encias y valores juegan un rol fundamental. Esto se asocia con modelos ampliamente uti­lizados en la Psicología para entender cómo las conductas pro-ambientales se desarrollan (o no) y responder a preguntas fundamenta­les como la inconsistencia entre preocupación por el medio ambiente y estilos de vida no sustentables. Muchos de estos modelos están basados en la teoría de la acción planificada desarrollada por Ajzen (1991). Esta teoría es­tablece que las conductas son el resultado principalmente de la intención de ejecutar una acción, la cual está determinada por tres factores: actitudes (evaluación positiva o ne­gativa que cada persona hace con respecto a la conducta en cuestión), normas subjetivas (adecuación de la conducta dentro de la so­ciedad y la presión social o expectativas para ejecutarla) y la percepción de control (posi­bilidades percibidas de ejecutar dicha conduc­ta en función de experiencias previas y posi­bles barreras). El modelo supone que altos niveles en estas tres variables incrementan la posibilidad de ejecutar dicha conducta. Por ejemplo, una actitud favorable hacia el aho­rro de agua, en un contexto donde dicha prác­tica se valora y donde la persona siente que lo puede hacer, incrementa las posibilidades de que la acción se implemente. A su vez estas tres variables son influenciadas por creen­cias con respecto a cada una de ellas.

Otro modelo ampliamente utilizado es el desarrollado por Schwartz (1977), el cual propone que las normas sociales altruistas se traducen en conductas dependiendo de dos variables: (1) la conciencia con respecto a las consecuencias de la conducta y (2) la per­cepción de responsabilidad sobre el bienestar de los otros. En el contexto ambiental esto implica que, por ejemplo cuando las personas perciben que su producción personal de ba­sura es excesiva y está afectando la calidad de vida de otras personas y al mismo tiempo sienten que es su responsabilidad hacer algo para que esas personas vivan en mejores con­diciones, su conducta podría ser modificada.

Un tercer ejemplo es la teoría desarrollada por Stern, Dietz, Abel, Guagnano y Kalof (1999) quienes trabajaron sobre las ideas de Schwartz y Ajzen. En este modelo se plantea la importancia inicial de diferentes tipos de valores (i.e., biocéntricos, altruistas y egoís­tas), diferentes tipos de creencias con res­pecto al NEP[1], las consecuencias adversas sobre objetos o personas valoradas, la creen­cia con respecto a la capacidad de hacer algo y finalmente, un sentido de obligación, todo lo cual explicaría el desarrollo de cuatro tipos de conductas pro-ambientales (i.e., activismo ambiental, ciudadanía ambiental, apoyo a po­líticas ambientales y conductas pro-ambien­tales en la vida privada).

Estas teorías han sido utilizadas amplia­mente para abordar problemas claves de la di­mensión humana con respecto al cambio cli­mático: por ejemplo para entender la asime­tría entre las intenciones de las acciones pro­ambientales y su bajo impacto real (Whitmarsh, 2009), para explorar el rol de valores no ambientales (i.e., altruistas) en la adopción de estilos de vida más sustentables (Howell, 2013), o en el estudio de factores que incre­mentan la disposición para apoyar estrategias para el cambio climático en general (Dietz, Dan & Shwom, 2007; Nilsson, von Borgstede & Biel, 2004). Es decir, se trata de modelos y conceptos que pueden contribuir significa­tivamente a mejorar el entendimiento de la compleja relación que las personas establecen con el problema incluyendo cómo lo perciben y el tipo de respuestas que implementan.

Facilitadores y barreras psicológicas

Diversos estudios han posibilitado la iden­tificación de facilitadores y barreras psicoló­gicas para implementar estrategias de miti­gación y adaptación. Por ejemplo, se ha mos­trado que el apego al territorio puede tener un impacto positivo en el compromiso con el cambio climático (Devine-Wright, Price & Leviston, 2015; Scannell & Gifford, 2013); por el contrario, la comunicación de escena­rios catastróficos por sí sola tiende a reforzar una percepción de impotencia sobre el pro­blema y a activar valores egoístas (Aitken, Chapman & McClure, 2011), por otra parte, en muchos casos las personas simplemente no quieren saber acerca del problema, exhi­biendo procesos de negación de la evidencia científica (Norgaard, 2006; Stoll-Kleemann, O’Riordan & Jaeger, 2001).

Otros estudios han mostrado el impacto negativo de la percepción de incertidumbre sobre el consenso científico o sobre los efec­tos del cambio climático en la aceptación del problema y / o en la implementación de res­puestas (e.g., Corner et al., 2012; Ding, Maibach, Zhao, Roser-Renouf & Leiserowitz, 2011; Whitmarsh, 2011). Se ha mostrado có­mo muchos grupos auto-identificados como ambientalistas no presentan patrones de con­sumo necesariamente más eficientes que otros (e.g, Newton & Meyer, 2013; Tobler, Visschers & Siegrist, 2012), y se han estudiado los aspectos políticos y comunitarios que favore­cen o desmotivan la acción asociados al fenó­meno de los free-riders y la tragedia de los co­munes[2] (Quiemby & Angelique, 2011).

Gifford (2011) organizó las barreras psi­cológicas en siete grandes categorías: limita­ciones cognitivas, ideologías, comparación con otros, costos hundidos, incredulidad, per­cepción del riesgo y limitaciones conductuales.

Lorenzoni, Nicholson-Coleb y Whitmarsh (2007) identificaron barreras individuales y sociales, las cuales pueden ser también cons­cientes o inconscientes. Entre otras, estas in­cluyen las resistencias para cambiar estilos de vida, la prevalencia de lo económico, la poca valoración de los sacrificios o cambios per­sonales comparados con la responsabilidad de gobiernos e industrias, etc. (ver Cuadro 1).

Cambio climático y salud mental

Finalmente, existe una creciente investi­gación sobre los impactos negativos del cam­bio climático en la salud mental. Berry, Bo­wen y Kjellstrom (2010) identificaron impac­tos directos asociados a fenómenos climáticos tales como cambios dramáticos en la tempe­ratura, olas de calor extremo, inundaciones, sequías prolongadas, ciclones. Entre estos im­pactos se destacan altos niveles de ansiedad, estrés, mayores niveles de agresividad, baja productividad y mayor riesgo de accidentes, todo lo cual se incrementa cuando las perso­nas presentan problemas de salud mental pre­vios. Por otra parte, se identifican efectos in­directos asociados a cambios en el sistema so­cioeconómico (e.g., baja productividad agrí­cola), deterioro del entorno natural, problemas de salud física y a los cambios asociados a la implementación de medidas de mitigación (e.g., mayores tiempos de transporte) y adap­tación (e.g., trabajar de noche para evitar olas de calor). Doherty y Clayton (2011) identifi­can también impactos negativos asociados a la exposición de los efectos del cambio climático a través de los medios de comunicación y la inmediatez de las nuevas tecnologías, inclu­yendo ansiedad, duelo, culpa, desesperanza, negación, o apatía. Al mismo tiempo, también se mencionan impactos sociales y comunita­rios, incluyendo mayor violencia por el in­cremento de las temperaturas; conflictos y problemas entre grupos por competencia so­bre recursos naturales (e.g., agua), duelo, an­siedad y sentido de pérdida de identidad aso­ciada a desplazamientos, incremento de ten­siones sociales por desigualdades y restric­ciones de acceso a ecosistemas saludables. Adicionalmente, un estudio conducido por Jones, Wootton, Vaccaro y Menzies (2012) sugiere un impacto negativo del cambio cli­mático en el desarrollo y / o agudización del trastorno obsesivo-compulsivo.

Estos estudios resaltan que estos efectos tendrán mayor impacto en comunidades cuyo sustento está más directamente relacionado con la naturaleza, como en el caso de los agri­cultores (Morrissey & Reser, 2007; Polain, Berry & Hoskin, 20l 1) y en comunidades in­dígenas que viven en situación de pobreza, con altos niveles de desempleo, alcoholismo, abuso de drogas y otros problemas sociales, especialmente cuando existen traumas y des­ventajas históricas y para los cuales el dete­rioro ambiental puede incrementar la sensa­ción de pérdida de identidad o de su patrimo­nio cultural (Bourque & Cunsolo Willox, 2014).

Por otra parte, Petrasek, Cunsolo Willox, Forda, Shiwakc y Woodd (2015) han identi­ficado factores protectores tales como poseer un fuerte sentido de pertenencia al territorio, una fuerte conexión con la naturaleza y con la cultura local, la mantención de prácticas tra­dicionales y tener buenas relaciones con fa­milia y amigos. Al mismo tiempo, el cambio climático puede ofrecer oportunidades para desarrollar capital social, asociatividad y me­jor capacidad adaptativa, por ejemplo cuando las comunidades participan activamente en el cuidado de su entorno y en el desarrollo del lugar donde viven, favoreciendo un mejor bienestar emocional y social (Berry, 2009; Berry, Butler et al., 2010).

Conclusiones

Las cuatro áreas de trabajo desarrolladas en esta revisión presentan un marco de refe­rencia para entender las potenciales contri­buciones de la Psicología para el abordaje de la dimensión humana del cambio climático en Chile.

En la segunda parte de este estudio se de­sarrollará la temática desde el contexto lati­noamericano y se presentará una propuesta para la investigación desde esta perspectiva y sus diversas implicancias para el trabajo co­munitario y en relación con las políticas pú­blicas para el cambio climático.

Cuadro 1a
Barreras psicológicas para el desarrollo de estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático

* La información presentada en este cuadro se basa en los trabajos de Gifford (2011), Lorenzoni, Nicholson-Coleb y Whitmarsh (2007) y otros estudios citados.

Cuadro 1b
Barreras psicológicas para el desarrollo de estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático

* La información presentada en este cuadro se basa en los trabajos de Gifford (2011), Lorenzoni, Nicholson-Coleb y Whitmarsh (2007) y otros estudios citados.

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Notas

[1] El NEP (New Ecological Paradigm) se refiere a la idea de que el surgimiento del movimiento am­bientalista está asociado a la aceptación creciente de una visión del mundo más ecológica en la cual las personas tienen una mayor conciencia de las consecuencias de sus acciones sobre la naturaleza. Para mayores antecedentes sobre el concepto y la forma en que se mide se puede revisar Dunlap y Van Liere (1978).
[2] El problema de los free-riders se refiere al apro­vechamiento de otros de los sacrificios persona­les, por ejemplo pagando menos o utilizando más un recurso natural. La tragedia de los comunes propone que cuando las personas actúan indivi­dual y racionalmente tienden a poner sus propios intereses por sobre el bien común, lo cual se tra­duce en un uso abusivo de los recursos naturales. Se puede revisar el trabajo original en Hardin (1968) y una discusión posterior en Ostrom, Bur­ger, Field, Norgaard y Policansky (1999).


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