Este país imaginado


Economía, derechos y prensa en una sociedad digna de Kafka


Imagine la existencia de un país donde las únicas vidas valiosas son las que tienen la posibilidad de producir. Producir bienes, generar servicios o vender su tiempo, su labor, sus habilidades especiales o su existencia misma. En este país imaginado, los sujetos que no cumplen con esta característica pueden ser fácilmente descartados sin consecuencias, pena o gloria. También desaparecidos, sin mayor sanción legal o moral.

Los adultos mayores pueden ser abandonados a su suerte o encargados a instituciones públicas mal equipadas para el cuidado de personas, muchas de las cuales no se harán responsables de garantizar el mínimo nivel de salud o el respeto de su dignidad. Lo mismo ocurrirá con las personas privadas de libertad, la mayoría de ellas sin condena firme. Personas sobre las que pesarán estereotipos y cargas sociales asociadas a enemigos morales, independientemente del supuesto valor resocializador del internamiento penitenciario.

En este país imaginado algunos ciudadanos tienen todos los derechos y ninguna de las obligaciones. Otros tantos, únicamente las cargas. Son los más. Algunas voces son más importantes o tienen el suficiente volumen para ser escuchadas. Otras, si logran escucharse, son rechazadas, cuestionadas o dadas por sospechosas. Siempre consideradas fuera de lugar. 

Este país imaginado es capacitista y racista y sexista y homofóbico y xenófobo y edadista y centralista y prejuicioso y hostil con quien no es el sujeto productivo ideal. De todos los sujetos productivos, el que más se aproxima al ideal es el hombre blanco propietario heterosexual. Los otros sujetos productivos son un poco menos ideales. Un poco menos sujetos. 

En este país imaginado, la ciudad capital es el centro del poder, y las normas técnicas, regulaciones y políticas se hacen desde los escritorios y las (i)lógicas de sus funcionarios o servidores, forzando a muchos ciudadanos a la informalidad. Un país de combis asesinas y colectivos informales que se busca erradicar, pero donde no se  considera que si uno vive en áreas rurales, esa eliminación implica también la imposibilidad de dejar el pueblo en el que se vive; un pueblo donde no se pueden instalar formalmente servicios públicos de agua porque las normas técnicas requieren, primero, la instalación de servicios de desagüe, en áreas donde no hay desagües sino pozos sépticos. Un país donde se condena la informalidad, pero donde esta puede ser precisamente la esquina a la que te orilla el propio Estado. 

Este país imaginado valora el bilingüismo, salvo cuando la segunda o primera lengua es indígena. Y valora la feminidad, a menos que esta cuestione el patriarcado. Y valora el conocimiento, a menos que este cuestione los valores de la Iglesia. También valora la diversidad, pero no a las personas culturalmente diversas. En este país imaginado no se lucha contra el narcotráfico, este se gestiona; pero se lucha contra la corrupción… en teoría. Y el trabajo domestico, ese que sostiene y hace posible el trabajo productivo, es invisible.

Este país imaginado es un país de tesoros escondidos que nadie valora y de riquezas inmateriales difíciles de identificar por sus ciudadanos. O, lo que es lo mismo, riquezas que no significan nada para sus ciudadanos. Un país donde las personas que viven en áreas rurales no puedan enfermarse luego de las dos de la tarde porque no habrá nadie quien les atienda en la posta de salud más cercana, y donde nada asegura que al abrir la cañería del baño saldrá agua, aunque todos creamos que es así para todos. Un país del que algunos han dicho que es próxima potencia mundial. 

En este país imaginado todos saben que existe una Constitución, pero los ciudadanos no la leen y sus autoridades no la respetan. Es un país donde la corte que interpreta la Carta Magna se olvida de utilizar argumentos jurídicos y donde, consecuentemente, las demás autoridades siguen la misma línea. Un país de leyes con nombre propio, contratos públicos direccionados y reparto de cargos estatales a discreción.  

Solo imagine. En este país imaginado la prensa cumple un rol fundamental: el achatamiento colectivo. Consigue esto mediante el reforzamiento y reciclaje de la misma información, una y otra vez, y en distintas formas. Los mismos mensajes, los mismos enemigos, los mismos ganadores. Los buenos siempre son los buenos, y los malos siempre son los mismos malos aunque no lo sean. Basta con que lo parezcan.

En este país imaginado, según un congresista, leer mucho da Alzheimer. Cuestionar se desincentiva y preguntar “de más” causa despidos. En este país imaginado se defiende férreamente la vida de los que no han nacido a costa de los ya nacidos, y se defienden los derechos humanos de todas las personas, siempre que estos derechos nunca hayan estado en peligro. Este es un país curioso, cucufato, chismoso y medio ridículo, además de siempre preocupado por el qué dirán. Donde todo anda mal… pero sus ciudadanos se concentran en la parte que “anda” para ellos. 

Un país donde es peligroso, o cuando menos doloroso, ser mujer, ser una persona trans o ser de ascendencia indígena. Un país donde es difícil ser íntegro y mucho más fácil ser “el vivo.” Un país curioso. Un país que podemos imaginar, o un país que podemos ver con tan solo abrir los ojos. 


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