Piotrowska el día del prelanzamiento del Festival 2022, en la Iglesia San Ignacio, a contados pasos de la Plaza de Bolívar. Foto cortesía Festival Internacional de Música Sacra de Bogotá.
Piotrowska el día del prelanzamiento del Festival 2022, en la Iglesia San Ignacio, a contados pasos de la Plaza de Bolívar. Foto cortesía Festival Internacional de Música Sacra de Bogotá.
8 de Septiembre de 2022
Por:
Diego Montoya

 

El Festival Internacional de Música Sacra de Bogotá se ha ganado un lugar entre los eventos culturales más queridos de la capital. En vísperas de la decimoprimera edición, Marianna Piotrowska, su directora y fundadora, repasa los aprendizajes de una década de gestión.

Las melodías del espíritu

 

Es normal que usted programe artistas rusos para cada edición del festival. ¿En ese ejercicio, este año, percibió algún impacto de la invasión de Putin a Ucrania?

Sin duda. Hubo un momento en el que no sabíamos si íbamos a poder hacer el concierto de prelanzamiento o no —el que tuvo lugar el 11 de agosto—, con el contratenor polaco Jakub Józef Orliński y el ensamble Il Pomo D’Oro, dirigidos por un ruso: Maxim Emelyanychev. Este último se declaró en contra de la guerra. Pero no es la única coyuntura que entra en la mezcla: la subida del dólar y la inflación también han tenido un impacto porque todo se maneja en dólares y en euros: el presupuesto se encarece mucho.

No sobra insistir en que la ‘música sacra’ va más allá de lo producido por sociedades cristianas. ¿Qué cubre el término, según la visión del festival?

Nosotros buscamos las expresiones sonoras que nos acercan a la espiritualidad, tan sencillo como eso. Le doy algunos ejemplos para ilustrarlo: en la primera edición, también por primera vez en Colombia un rabino cantó en una iglesia católica. En otra oportunidad trajimos el coro del monasterio de Sretensky de Moscú, e igualmente tuvo lugar un encuentro inédito entre la iglesia católica colombiana y la rusa ortodoxa —de hecho, en el Vaticano se preguntaban sobre cómo habíamos hecho para llevar una delegación del patriarcado de Moscú a Bogotá, si ellos llevan tantos años invitándolos: ¡A través de la música!—. Y recuerdo un concierto que hicimos con tradiciones del norte de la India: todo el público parecía estar meditando, independientemente de su credo. Son evidencias de que la música rompe barreras. Y añado otro ejemplo que, de hecho, influyó para que montáramos el festival: haber visto a miles de jóvenes de religiones y orígenes distintos en a Jornada Mundial de la Juventud en España, en 2011. Fue impactante oír las oraciones en lenguas tan diversas, así como ver la manera en que los madrileños acogieron a los visitantes.

"En un concierto de música del norte de la India, todo el público parecía meditar, independientemente de su credo”

¿Cuáles le parecen los auditorios más memorables de Colombia?
Son muchos, pero el Santuario de Las Lajas, en Nariño, es muy impactante; asimismo la iglesia de San Ignacio, en Bogotá, que es de las barroco americanas más lindas del continente, y el Seminario Mayor de la capital. Además, destaco el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, el Colón, y un auditorio con el que me quedaría si tuviese que escoger solo uno: el de la Biblioteca Luis Ángel Arango.

El de la música clásica es un nicho conservador, eurocéntrico y es visto como elitista, particularmente ante los ojos de la ética contemporánea de las reivindicaciones. ¿Cómo ha ampliado el festival esos límites?

Ha sido un proceso en el que se ha cimentado uno de nuestros pilares, el de promover la formación musical. No se trata únicamente de presentar conciertos, sino también de crear espacios para fomentar el conocimiento y la apreciación; para que la gente tenga la oportunidad de conocer más sobre los artistas, los repertorios, los estilos musicales y el contexto histórico en el que estos se desarrollaron. También hemos hecho conciertos didácticos para poblaciones vulnerables que tienen poco acceso a la cultura y la educación. Tenemos que llegar allí, y no solamente a los grandes teatros, pues en lo que más tienen que trabajar los proyectos culturales es en su componente educativo.

Usted es joven en un gremio de melómanos quizá un poco rígido. ¿Ha encontrado resistencia? Siento que comencé con el pie derecho, haciendo proyectos puntuales que salieron bien. Por eso quizá me han acogido, y los que no lo hicieron tanto en un principio, lo han hecho con el tiempo, puede que por mi persistencia. Porque, a pesar de la pandemia, por ejemplo, el Festival nunca se detuvo. Y es que llega un punto en el que tienes que cooperar con lo inevitable. Los resultados del Festival hablan por sí solos más aún en un gremio como este, en el que hay muchos egos. Aprender a manejar el de los demás y el de uno mismo no es fácil. Pero tengo una teoría: si hago que brilles, y si tú haces que yo brille, pues brillaremos incluso en mayor medida juntos, y llegaremos a más personas. Además, la música nos debe unir, no dividir.

¿Cuáles son las grandes familias de gastos en su festival? ¿En qué se va más la plata?
Tiquetes y hospedajes, honorarios y gastos de producción. Hay más, pero esos son los más grandes. Es que hay que tener en cuenta una cosa: el festival dura un mes, pero nos demoramos un año preparándolo.

¿Cuáles son, grosso modo, las fuentes de recursos económicos para su ejecución?
Hay de todo: recursos propios, otros privados que manejamos a través de alianzas y patrocinios, y tenemos también convenios de asociaciones y programas a los que aplicamos del sector público nacional e internacional. Una buena parte viene de recursos de organizaciones internacionales.

Usted tiene un hijo de dos años y medio. ¿Cómo ve el mundo musical al que él se enfrenta?
Me encantaría que todos los niños tuvieran la oportunidad que tiene Lucas de crecer en un ambiente donde la música lo es todo. Ella aporta sensibilidad y disciplina, entre muchas otras cosas. Sé que la música va a estar en su corazón; ojalá pueda trabajar por ella algún día, pero ya veremos. Por ahora, la ama. Me dice: “mamá, no más jardín infantil, vamos a conciertos”. Y le cuento una cosa: cuando quedé embarazada, comisioné una obra a un compositor colombiano, Pedro Sarmiento. Este año la vamos a estrenar.

 


 

EL PROGRAMA DE ESTE AÑO

Pese a haber coincidido con la ciclovía nocturna en Bogotá, que usualmente empeora el tráfico de la capital, la Iglesia de San Ignacio estaba a reventar el 11 de agosto, la noche del prelanzamiento del Festival. La voz del contratenor polaco Jakub Józef Orliński no solo se asoció con el ensamble Il Pomo D’Oro y con el conductor ruso para impactar a la audiencia, sino también con el entorno: ese templo barroco con más de 300 años de antigüedad.

La programación lanzada esa noche cubrirá el mes que va del 9 de septiembre —cuando del Líbano llegará Ghada Shbeir y Karim Gerges, voz y kanún, respectivamente— hasta el 6 de octubre, día en que el cierre del ciclo estará a cargo del Ensemble La Terza Prattica, que interpretará repertorio de Pergolesi.

Recomendamos explorar la programación en Festivalmusicasacra.com, pero adelantamos otros nombres de intérpretes que actuarán para bogotanos y visitantes: la violinista española Lina Tu Bonet, el Coro de la Ópera de Colombia, la arpista belga Anneleen Lenaerts, la Orquesta Filarmónica de Mujeres de la OFB, la soprano francesa Nàdege Meden y el laudista israelí Yair Dalal. Además, habrá representación de la música espiritual colombiana a cargo, entre otros, del grupo Remanso Pacífico y, desde Putumayo, Runakam.

Si quiere saber más sobre la programación visite @festivalmusicasacra